Bandera gitana

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jueves, 8 de septiembre de 2011

DOCUMENTO SOBRE LA PASTORAL DE LOS GITANOS: POR UNA ESPIRITUALIDAD DE COMUNIÓN (III):



Su historia atormentada


Los gitanos han conocido una historia muy atormentada. A lo largo de los siglos han permanecido como extranjeros en medio de los pueblos donde vivían. No se les reconocía ninguna identidad legal en los países donde moraban y, en consecuencia, podían ser oprimidos impunemente por los grupos dominantes. En su mayor parte la historia de los Gitanos es una larga letanía de leyes, edictos, persecuciones y expulsiones, contra ellos. En muchas partes de Europa del Este fueron ampliamente aceptados, si bien en Valaquia y Moldavia los Gitanos fueron considerados esclavos hasta mediados del siglo XIX. En estos lugares los propietarios poseían sobre ellos todos los derechos, excepto el de vida y muerte. El Código de Valaquia establecía explícitamente: “El Gitano ha nacido esclavo”. Los Gitanos eran vendidos, eran objeto de cambio y de comercio.
Las represalias contra los Gitanos, tanto en el Oeste como en el Este de Europa, desde el siglo XV hasta el XVIII, deben considerarse en el contexto del nacimiento y consolidación de las naciones modernas en el continente. El rechazo del otro es una parte esencial del proceso de formación de los estados nacionales. Ahora, con el colapso del sistema soviético y de los estados multinacionales del Este de Europa, han vuelto a ocupar un lugar destacado los procesos de construcción y consolidación nacional. Son procesos que potencialmente pueden desencadenar la intolerancia de los demás, y grupos étnicos que sean más débiles y más indefensos, como los Gitanos, pueden convertirse en sus víctimas.[9] En el proceso de construcción de los estados nacionales, uno o más denominadores comunes (como la raza, la religión etc.) forman el eje en torno al cual se estructura la solidariedad del grupo. La gente que no comparte tales denominadores comunes se convierte en “otros” amenazadores, contra los cuales hay que defender la identidad del grupo. El grupo de los “otros”, a su vez, desarrolla una defensa agresiva y busca sobrevivir, enfatizando también la solidariedad de grupo. En otras palabras, cuando otros avanzan contra ti, tú debes ser más Gitano para sobrevivir. De esta forma, el rechazo y el repliegue en sí mismo, refuerzan el recelo mutuo, el miedo y la lejanía entre los grupos. El Gitano es muy diferente del gadjo: surgen como de la nada en gran número; se quedan por algún tiempo y después desaparecen. Su vida es imprevisiblemente lineal. El gadjo, en cambio, vive en una rutina previsible y lenta. Para el gadjo el Gitano es como un fugitivo, un vagabundo, alguien que tal vez es culpable de algún extraño crimen; ¡por qué corre, si no!
Cuando la cultura dominante se topa con una nueva minoría cultural, a la que no comprende, intenta clasificarla según las categorías sociales que conforman su visión del mundo. Así, los Gitanos son clasificados como “vagabundos”, parecidos a salteadores de caminos que asaltan y roban a las personas sedentarias. El Gitano es visto como el culpable de todo lo que va mal en los alrededores. El temor primordial a lo misterioso y desconocido, que fascina al grupo dominante, pronto se centra en este pueblo desconocido que de repente aparece en la vecindad saliendo de la nada y que por desconocidas razones desaparece sin destino fijo. A los Gitanos se les atribuían poderes ocultos y brujería. ¡Con cuánta facilidad estos temores y prejuicios se mezclan con consideraciones raciales y con las crisis socioeconómicas o políticas de una nación, y se descargan en un grupo minoritario que se covierte en chivo expiatorio de todos los males! El racismo nazi, por ejemplo, privó a los Gitanos de toda protección legal, al igual que hizo con los judíos. Los Gitanos estaban fuera de toda consideración legal. Según un autor reciente, Gabrielle Tyrnauer, “Las consecuencias no se hicieron esperar: esterilización forzosa, deportación para trabajo de esclavos y a los campos de exterminio, sometidos a experimentaciones médicas y, finalmente, exterminio masivo bajo las balas o el gas”[10] . Se estiman en unos 500.000 los Gitanos que cayeron víctimas del racismo nazi[11].
Estas atrocidades no levantaron ninguna o pocas protestas públicas, ya que las culturas dominantes por doquier consideraban los Gitanos como delincuentes potenciales, asociales, enemigos del género humano, extranjeros peligrosos, pedigüeños insaciables, parásitos sociales. En Francia, por ejemplo, aún en 1937 los Gitanos eran sospechosos de ser colaboradores quintacolumnistas y fueron cercados y vigilados en los campamentos. En 1912, una ley había estigmatizado a los Gitanos como delincuentes potenciales, cuyas señas debía recogerse en los archivos policiales. A partir de los dos años, las huellas dactilares de los niños Gitanos debían recogerse en los archivos policiales y todo movimiento de la familia de una ciudad a otra estaba sujeto a control policial a la partida y a la llegada. Al recordar esto, no se trata de denigrar a ningún país en concreto, pero esta ley, que fue abrogada solamente en 1969, es representativa del trato legal que se daba a los Gitanos en todas partes. De todas formas, ninguna de las tragedias que se cebó en este grupo, despertó simpatía alguna entre los gadje. El gadje creía que al Gitano le sucedía lo que se merecía.
Incluso después de la Segunda Guerra Mundial la situación de los Gitanos experimentó pocos cambios. Continuaban padeciendo el mismo rechazo de siempre. Podemos verlo documentado geográficamente en los lugares de acampada, ubicados en áreas específicas o en los suburbios de las ciudades, no lejos de los vertederos, en los que los Gitanos recogían chatarra y vivían careciendo de condiciones higiénicas. Las patrullas de policía les vigilaba constantemente, sometiéndolos a continuos controles y tratándolos como peligrosos, aun cuando carecían de cualquier antecedente penal. Eran ciudadanos de segunda clase. Dependían, además, de los gadje para dar salida a su comercio.

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